Nueve de la mañana, suena el despertador, y el nuevo Martín estrena nueva vida haciendo gala de seguridad mirándose al espejo tratando de encontrar su mejor perfil.
Una ducha fría iba a ponerme en mi sitio, pero antes tocaba un afeitado cuidado, ¿Qué tocaba hoy?, ¿perilla?, ¿bigote al estilo ochentero?, definitivamente afeitado completo y a mojarse.
No pude evitar tararear la canción del último spot de Estrella Damm, el estribillo me lo sabía bastante bien, pero a la hora de seguir la letra hacía uso del famoso guachugüei o semejantes, capaces de disfrazar que desconocías parte del tema mientras te miraba alguna chica en la discoteca.
Me puse unos calcetines de marca que tenía guardados en el cajón, y unos calzoncillos de algodón, de esos que tienen una rajita que hacía que se escapasen mis partes de vez en cuando, ¿ Para qué los hacen así?, me preguntaba siempre que me los ponía.
Camiseta mona, un poquito de gomina y vámonos para clase.
De camino a la estación recogí un par de periódicos gratuitos que compartían una portada dedicada al presidente del gobierno, y el anuncio de una ley que había creado cierto debate populista. Realmente no me interesaba lo más mínimo, así que directamente abrí por las páginas finales y me puse a hacer los sudokus. Primero el fácil para ir calentando, después el medio, y más adelante probaba con el difícil, he de reconocer que a veces me costaba más de diez minutos, pero siempre lo terminaba.
Llegando a la entrada de la facultad, me encontré con un par de amigos, que ya venían enterados sobre la ruptura. Me preguntaron como había ido, y si ella se había enfadado mucho. Les conté la historieta y se partieron el pecho. Para mí resultó bastante positivo, ya que en ese momento era mejor mantener una onda de felicidad, antes de entrar en reflexión moral sobre mis sentimientos, para no entrar en una cierta recaída.
Corté el tema, y comenzamos a andar en dirección a la clase. En el pasillo, y pinchado en el corcho de una pared que era leída por la mayoría de ojos que pasaban por el lugar, relucía un cartel anunciando la próxima fiesta universitaria, esta vez en una desconocida para mí, discoteca de Barcelona.
Mientras conversaban sobre un ejercicio propuesto para clase, interrumpí para comentarles si querían ir a la fiesta.
- ¡Ei chicos! ¡ Mirad esto!. Exclamé
- A ver... fiesta universitaria el próximo jueves, en una de las discotecas más de moda de Barcelona... ¡Pinta bien!. Comentó Carlos, uno de mis dos compañeros.
- Si chicos, hace ya muchas semanas que no salimos como en los viejos tiempos, ¿Qué os parece si montamos una cenita en algún lado y vamos a darlo todo?. Propuse yo.
- Perfecto, pues envío un correo esta tarde a todos y perfilamos la noche. Finalizó Carlos, empujado a hacerlo para ayudarme.
El día transcurrió normal, una clase aburrida por aquí, otra un tanto más interesante por allá y algún que otro momento para reír con el profesor de Álgebra.
A pesar de todo ello, yo no pude quitarme de la cabeza esa fiesta, esa noche. Estaba contento, mis amigos me estaban dando el apoyo que necesitaba y cada vez pesaba menos en mí la consciencia, y esa pregunta que iba y venía , y hacía cuestionarme si había actuado bien con esa chica.
Salir de una relación siempre es complicado. La sensación de andar en un puente de madera que cruza de la relación hacia el olvido, está colocado sobre un acantilado a gran altura, que te hace andar a paso firme y sin titubear para que no se rompa y vuelvas al punto de partida.
Después de pasarme todo el día filosofando sobre ello, me acerqué al aula de ordenadores y encendí uno que se situaba en la última fila. Entré en la página del correo y comprobé que, efectivamente, Carlos había enviado un mensaje a todo el grupito bajo el lema "Jueves de Farra".
Se habían añadido ya un par o tres más, y la cosa pintaba bien. En el tiempo que cerraba el correo, entró por la puerta una chica bastante atractiva con la que compartía dos o tres asignaturas.
Siempre habíamos cruzado algunas miradas pero nunca le había llegado a hablar, y era algo que ya no se podía demorar más.
- Hola... Ana ¿Verdad?. Saludé, bajo la mirada atenta y el rostro de sorpresa de la chica.
- Si... Respondió ella algo extrañada.
- Mira quería comentarte que acabo de dejar a mi novia y tenía ganas de conocer a otras chicas. El jueves hay una fiesta universitaria, y realmente eres una chica muy guapa y sería genial que nos viéramos allí. Encantado de conocerte. Añadí haciendo gala de gran seguridad.
Le di un solo beso en la mejilla y me marché evitando escuchar respuesta alguna. Quería irme sintiéndome ganador, y así fue. Esa fiesta empezaba a ser el otro lado del precipicio
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